jueves, 17 de mayo de 2018

POBRES, POBRES ÁRBOLES

Iniciamos este blog pensando en los árboles que no son valorados en nuestra ciudad. Se intuía que el repertorio completo sería rápido de hacer por la manifiesta ausencia de árboles en sentido general. No íbamos a hablar de los cedros del Parque de los Fueros, ni de los castaños de Indias de la Estación. Estos comen todos los días y las agresiones son mínimas, además su figura ya forma parte del imaginario colectivo turolense. Porque es así, nos hacemos la imagen de la ciudad con los elementos que les dan vida, la arquitectura, el trazado, y más si estos componentes son la vegetación que nos muestra el paso del tiempo con su crecimiento, floración, cambio de color… En fin, la vida.
Vergüenza: maceteros
colgantes con hiedras 
y geranios de plástico
Sin embargo, podemos decir que ahora la ciudad está sitiada, que árboles singulares ya son todos, porque todos son peligrosos, nos amenazan con su sombra, con las hojas que caen, con un crecimiento que excede el bordillo, con una cuota inventada que no cumplen o sobrepasan, con espacio que quitan a los coches, que alcanzan tamaños intolerables. Se activan medidas que eliminan ejemplares de más de 25 años cuando modificar un alcorque o una acera es cuestión de una mañana, se malignizan especies cuando la más agresiva es la nuestra, se recurren a estudios que nos digan lo que queremos oír y poder alicatar la ciudad, que es más fácil de limpiar, claro. Asumimos que somos animales incorregibles que tres días al año se desbordan y se destroza todo. Cierto, somos incorregibles y abogamos por una ciudad gris con maceteros de plantas de plástico.
Este mismo mes, José Elías Bonells, del Servicio de Parques y Jardines de Sevilla recogía un artículo de Trees for Cities titulado Sin árboles no hay futuro en su blog. Refleja los beneficios económicos y sociales de los árboles urbanos: aumentan el valor de las propiedades, pueden incidir en la reducción de los costes de calefacción y refrigeración si se usan bien, ayudan a crear un sentido de lugar e identidad local (que se lo digan a los extintos olmos de la plaza del pueblo, a los robles y tejos de Junta de la cornisa cantábrica, a los cipreses del cementerio…), constituyen puntos de referencia (quizás haya que hacer un repaso a los topónimos que parten de una denominación arbórea, Manzanera, Perales, Nogueruelas, etc.). Añade también los más evidentes beneficios ambientales: reducir el efecto isla de calor urbano, dar sombra, eliminar el polvo y partículas del aire, absorber y desviar el sonido, reducir la velocidad del viento, dar cobijo a la vida silvestre y mejorar la calidad de un suelo contaminado. Pero quizás el mayor beneficio sea que crean BELLEZA, ese elemento tan poco funcional, tan prescindible y que a todos nos mueve y conmueve.
Cuando los árboles son grandes (y no estos conatos de árboles que se pretenden implantar en la ciudad) mayor es la persecución que reciben; que si una rama puede o ha caído ya, que si es un peligro para la ciudadanía. Un momento. Paramos a reflexionar. Decidido, hay que eliminar los coches, atropellan a los transeúntes, chocan entre sí, aparcan en las aceras con su correspondiente deterioro del medio y enfado de caminantes, contaminan y afectan a la salud diariamente (no solo en época de floración), son especies invasoras y se multiplican vorazmente, generan residuos y se deterioran desde el minuto uno de su nacimiento. Podemos iniciar con ellos la Lista de especies invasoras. En Teruel no nos invaden las acacias o las gleditsias, quizás en otros entornos más benévolos. Aquí un metro de vegetación se vende caro y todos tenemos ese anhelo del verde que nos invade cada vez que volvemos de paisajes del norte.
Ejemplo de que las especies
consideradas invasoras se mantienen
 en su función  y sus límites
Como se dice en el artículo, hay que velar por aumentar la cobertura del dosel vegetal, asegurar que las edificaciones puedan convivir con grandes árboles, implicar a la población en el cuidado y valoración del arbolado (no dar por sentado que la gente es incorregible), mantener los existentes y ampliar el número de árboles por persona (¿y si invertimos ese uno por cada 10 habitantes a 10 por cada habitante?). Vivir con y no vivir contra ellos.
Ahora es tendencia los árboles manejables, pequeños, siempre jóvenes porque son sustituidos por sus clones. Árboles de poco desarrollo en el tiempo, limitados, podados, que los hacen débiles y fácilmente sustituibles, y convierten la jardinería en un cambio de florero pues la planificación de ejemplares se hace con una manifiesta obsolescencia programada (la misma que nos fastidia en nuestros móviles y otros artilugios).
Que los árboles necesitan un cuidado y mantenimiento es claro, son seres vivos. Que es más miedo que realidad, también. Raramente un árbol se rompe o deteriora sin que antes se pueda observar su inminencia. Atención plena al entorno enriquece a todos, no solo al individuo sino a la comunidad que estamos a su sombra.
Camino del Polvorín: Rebrotes de las soforas que fueron taladas  hace unos años (derecha) y ciruelos rojos (izquierda) que sustituyeron 
a las anteriores en la acera incorrecta pues la sombra procede  y es necesaria desde la derecha.